Editorial

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OCTUBRE 2022.

UNA SOCIEDAD YA DOMESTICADA, QUE DEJÓ PASAR SU MAYOR OPORTUNIDAD HISTÓRICA.



     Los estallidos sociales, las revoluciones y revueltas populares tienen ese no se qué, de carácter traumático, que impactan a una comunidad, pueblos y naciones que llegados a un cierto límite explotan como el magma de un volcán. La explosión es el resultado de un proceso que tiene diversas causas.  

    Tres hechos históricos nos indican la intensidad de estos procesos: 1.- La célebre marcha del pueblo enardecido que se tomó violentamente las calles de París y marchó contra la odiada Bastilla en 1789; 2.- la revolución mexicana entre 1916 - 1917 con un millón de muertos para terminar con una dictadura de 35 años y abrir un proceso constitucional y 3.- la célebre revolución bolchevique de 1917 en la Rusia monárquica, bajo el dominio de los zares que gobernaron crudamente esa nación durante la friolera de 304 años.  

    En todos estos procesos y diversos otros, siempre se alega que la causa de fondo son las injusticias acumuladas. En realidad son muchas causas, algunas de ellas infinitas. Y las sociedades reaccionan de diversas formas en el tiempo. Nuestra América morena está poblada de estos procesos. 

    Un hecho significativo luego de la revolución mexicana, que terminó con una nueva constitución, fue la revolución cubana de 1959 que instaló un gobierno popular. Entre los procesos de contra reformas, la dictadura militar de Chile y sus 15 años de dominación marcan de manera dramática el lado contrario.

    Recuperada la democracia en 1990, Chile entró en una etapa distinta, y ya han transcurrido 32 años, de los cuales 24 corresponden a una coalición de partidos agrupados en la ex concertación por la democracia, luego ex nueva mayoría. Un bloque político que partió con 17 partidos y concluyó con entre seis y ocho colectividades y hoy atraviesa por una severa crisis.  

    Por cierto, la derrota electoral de la dictadura con el plebiscito del No en 1988 y la elección presidencial de 1989 fueron una inyección de esperanzas. La realidad, no obstante, sería mucho menos benevolente e impondría límites ("bordes" se dice ahora con una elegancia supina), para ir menguándolas lenta e inexorablemente hasta arribar a un momento -octubre de 2019- en que las masas desbordaron su decepción y sin control y conducción posible, arremetieron en las calles y plazas del gran santiago y en otras ciudades, dejando con la boca abierta y pasmados a la clase política tradicional. ¿Qué pasó aquí?

    Se ha escrito mucho en estos, apenas tres apretados años desde fines del 2019. Han pasado muchas cosas (y seguirá siendo así), desconcertantes y complejas. Es un tiempo muy breve para decantar de manera rigurosa las explicaciones necesarias. Solo será el paso del tiempo y de la exploración profunda lo que permitirá en los siguientes años comprender, realmente, a cabalidad lo sucedido. El estallido del 18-O impactó al país, puso a la institucionalidad en jaque, desnudó rabia y sentimientos desconocidos, los partidos políticos quedaron contra la pared, la sociedad en general vivió un asombro espectacular. ¿Qué pasó aquí? ¿Si todo iba tan bien?

    Los ecos del estallido social del 18-O aún resuenan, pero en el presente no tendrán la misma dimensión. Parte importante de esa misma sociedad que protagonizó el estallido social, paradojalmente, en la fecha que abría un horizonte distinto, el 4 de septiembre, se volcó precisamente al lado contrario de sus propias expectativas. Parte fundamental del voto de rechazo al texto de una nueva constitución proviene de esa masa de chilenos desencantados, muchos de los cuales fueron protagonistas de las grandes marchas que coparon las calles y plazas de Chile con el "octubrismo" popular. 

    El estado y su institucionalidad y los partidos políticos canalizaron esa energía a través de una promesa de nueva constitución. Era una promesa frágil, pero necesaria para contener los efectos del estallido social. Luego, con esa promesa en la mano se trabajó un complejo proceso político (plebiscito, convención, elección de constituyentes, texto final) y todo se fue enredando -casi convenientemente- en el camino hasta que las energías del estallido cumplieron el mismo ciclo de una pila cuya carga tiene fecha de término. 

    El dominio del escenario político e institucional hoy no lo tienen las masas populares del estallido. Ni siquiera la "primera línea". La contundente derrota del 4-9 actúa como una dopamina. Hay sectores sociales aturdidos. Otros, decepcionados. Algunos tratan todavía de entender lo acontecido. La clase política se observa casi refulgente y esplendorosa: el dominio de los sucesos está en sus manos, volvió a su control el tomar decisiones, pero tengan cuidado porque el resplandor sólo dura un cierto tiempo. 

    El problema es otro: la decepción de las masas populares no se expresará en un nuevo estallido semejante al 18-O. Tendrá otra manifestación: más compleja, más crítica e inevitable. Si las fuerzas de izquierda, centroizquierda o como se llamen finalmente los "progresistas", no se ordenan con un sentido común, las posibilidades de un gobierno conservador extremo y populista están al acecho. Todo aquello implicará otro tipo de tensiones hacia el futuro, especialmente, porque ese mundo conservador, que busca apropiarse del triunfo del rechazo y convertirlo en una "arma de batalla" política, buscará, a cualquier precio, agudizar las contradicciones, construir un relato culturalmente hegemónico, estimular los sentimientos nacionalistas y apuntarán al discurso progresista como un "enemigo" de un auténtico desarrollo basado en la competencia y el individuo. 

    Esto es mucho más duro que un estallido. No es la idea de una refundación de Chile por la fuerza de las armas como fue con el golpe militar. El mundo conservador logró constatar que muchos chilenos son más individualistas, aspiracionales y consumistas y rechazan la política y sus prácticas. Las ideas de justicia, progreso, comunidad y solidaridad no son suficientes para movilizar proyectos de cambio estructural. Su estrategia no será detener el nuevo proceso constitucional, si no, contenerlo y domesticarlo y dejar la sensación de que algo cambió para que nada cambie. 

    El mundo conservador observa con expectación el momento y reúne fuerzas y recursos (que los tiene de sobra) para caminar a una "segunda revolución conservadora", esta vez sin armas ni militares, sino con su enorme poder financiero, la propiedad y control de los medios de prensa y ahora y luego de haber probado con éxito el manejo subliminal de las redes sociales, cuenta con los factores que les pueden ser propicios para desbancar a las diversas "izquierdas". 

   Todo aquello podría ser posible si las fuerzas progresistas, las dos coaliciones de gobierno y el gobierno mismo no asumen la dimensión crítica del momento actual y reorganizan sus estrategias y se vuelcan a una pedagogía de masas más allá de las instituciones y de las políticas públicas bajo un pacto político eficiente. 

   En el caso del PPD, a punto de cumplir 35 años de existencia, es cuestión de evaluar cuánta energía sigue depositada en su batería principal: su sentido de ser. Los datos, estadísticos, institucionales y políticos están indicando algo que debe ser reflexionado. Un partido político que puede entrar al medio centenario de su historia es una cosa. El PPD está muy lejos de un 50 aniversario. Se requiere un soporte histórico de muy alta densidad. Apenas estamos llegando a 35 años. Eso es un hecho. Junto con nosotros, otras colectividades viven lo mismo. Y si las cosas siguen críticas, hay una probabilidad que lo viejo deba dar paso a lo nuevo.

Domingo Namuncura

18 de octubre 2022

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